Le baiser immortel  

sábado, diciembre 30, 2006

No somos más que huesos, músculos, venas, arterias, nervios, y otras diversas cosas. Muy ordenaditas, eso sí, en un espacio pequeñito (abstenganse los Gasol correspondientes), muy organizado todo, en sus puestos con sus funciones y sin quejas. De vez en cuando alguno se despista y surge la enfermedad, pero ¡oye!, un día malo lo tiene cualquiera. Perfectas máquinas de matar con defensa nula. Tan fáciles de destruir.
Caminas por la vida aferrado a tu inteligencia (aunque algunos solo usen el instinto) sin pensar que el más pequeño golpe puede mandarte con aquel al que le rezas solo en determinadas fechas y cuando conviene. Que la boca se hizo para pedir y no vamos a desaprovechar la oferta: 3x2 en milagros del cielo, que para eso es Navidad.
Y de repente, un día, surge ese beso que desafía a la naturaleza misma. Ese intenso, a solas, que se da a la persona más especial. Un beso donde no existe movimiento ni juegos de lenguas, solo roce de labios amantes. Entonces, todo ese mecano de pequeñas e infinitas piezas tirita. Aprietas los ojos nublando la vista, dejas de oir cualquier ruido, ni hueles, ni saboreas nada. Dejas de respirar, de hablar, de pensar, ni siquiera te mueves. Solo te hundes en el tacto de otro labio distinto al tuyo, hasta que dejas de saber distinguirlos. Y aprietas tanto como puedes deseando ser uno. Te quedas así por unos momentos, unos segundos que parecen más largos. Y todas tus células cesan su metabolismo: olvidandose de tí y de tu necesidad.
Al rato te separas y te encuentras reflejado en la pupila contraria. En la sonrisa espejo, en el rubor de la mejilla que te gusta acariciar.
Y continuarás tu vida intentando buscar la fórmula que desafie a la muerte, sin darte cuenta, sin atesorar, ni pensar que hace un instante te has desprendido de tu propio cuerpo. Que por un momento te has hecho inmortal.

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