Histéricas historias

"El asceta contemplaba la ciudad desde la altura, donde podía oir el ruido de la muchedumbre despertando un domingo cualquiera. El aire se colaba por entre sus piernas y le erizaba hasta los pelillos no mencionaré de donde. Su piel curtida por los años se había acostumbrado a la buena vida.
Había decidido abandonar a su familia por alcanzar una vida solitaria con no más que una magdalena y una tripa de salchichón, envueltos en un pañuelo que se mecía atado a los calzoncillos añejos. El bulto le hacía una forma extraña sobre la cadera.
Buscó cualquier lugar al sol y se sentó mirando a su alrededor. Hasta allí había subido el hombre y una bandera enorme y cuadrada ondeaba al viento. Sacó su magdalena y empezó a chupetearla, ya se sabe que a los ascetas no le hacen falta las dentaduras postizas.
Y cuando empezaba a relajarse sobre el suelo, lo oyó, un animal salvaje se acercaba. Distinguía su paso osco y su bufido regular... y de repente ...
La puerta de la azotea se abrió de par en par y los 100 kilos de su hija Concha, su bigote y su bata de guatiné de flores, aparecieron como una exhalación: ¡Maldito viejo loco!, chilló, ¿se puede saber que haces? A una residencia, tu te vas ahora mismo a una residencia. ¡Me vas a matar del susto un día de estos!... Como si no tuviera poco con la casa, los niños, el coche, los papeles, los de alemania que vienen aquí, los que se van allí, la mudanza...
Dionisio Flores vió su sueño de librarse de su familia truncado. Ni siquiera tenía posibilidad de coger una pulmonía, la condenada fea mujer se empeñaba en ponerle los camisones hasta los tobillos de franela incluso en verano. Siguió a su hija escaleras abajo, no sin antes contemplar de reojo su páramo asceta. La sábana cuadrada y amarillenta de la Puri se chamuscaba bajo el sol de una mañana de domingo..."