Heredo  

domingo, octubre 08, 2006

Eva, querida, te jodes. Debiste verlo de lejos con el sexto sentido que nos caracteriza a las mujeres de nuestra clase. Mira que fallar en algo así. Que decepción, mujer. Así que si te echaron del Paraíso y empezaste a tener vergüenza de tu hermosa desnudez, te jodes.
Mira que no ver la serpiente enredada al árbol, y ni siquiera oler la manzana podrida que te brindaba. Seguro que fuiste a hacerle compota de manzana al vago de Adán, para que no se enfadase cuando esa noche volvieras a decirle que no tenías ganas de retozar debajo del cerezo con él. Mira que no ver que no se iría con otra... Como mucho lo haría con el erizo de la estepa este. Y dime sinceramente querida, ¿eso se consideran cuernos?. Debiste haberle gritado: "¡Anda y que te folle un pez!". Seguro que al rato lo ves desesperado metido en el río. Oye, que no hay mal que por bien no venga: ¡al fin se hubiera bañado!.
Eva, ¿por qué no fuiste más lista?. Y si alguna vez te echó en cara lo de su costilla, pues chica, ¡habérsela tirado a la cara!. Y ya de paso le regalas la costilla contraria: ¿tu has visto la cinturita que se le ha quedado a la Paula Vázquez esa? Hasta las flores te hubieran silbado a tu paso.
Y una vez liberada de tu cargo de idiota fiel te hubieras dedicado a conquistar al ser mayor. Que si algo tiene de bueno que Dios se considere hombre es porque tú sí que podrías haber sido infiel. Y ese seguro que caía, pequeña, con tu cinturita nueva. El plan era perfecto: una vez conquistado el gordo, hubieras hecho con Adán cualquier cosa, y el otro, embobado ante tus fingidos orgasmos, hubiera caído a tus pies y te hubiera hasta entregado las llaves del cielo. Sometidos los dos, tú hubieras sido la renia de todo y, !ay¡ otra gallina nos hubiera cantado a las demás. Y ellos dos, solos... la homosexualidad hubiera sido aceptada hace millones de años.
Pero no, Eva, tu no podías pensar tu vida mejor. Te dejaste llevar por el corazón. Por las ganas de abrazar a Adán y de quererle. Te venció su risa y la ambición de hacerle feliz aunque tú no lo fueras del todo. Y le mentías para no herir su orgullo de hombre bajo el cerezo. Pensando que así no te dejaría a un lado.
Eva, sea éste mi llanto y mi plegaria. Hija tuya soy.

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